February 24, 2006
Descafeinada//Tan descafeinada como puedo estar con sólo una coca cola y un vasito de café de máquina (azúcar extra, french vanilla please) pero de todos modos dispuesta a transcribir aquí el holograma de un día más de mi existencia, que muy bien podría llamarse diario de una vida desperdiciada. Diario de una mujer que no sabía que hacer los viernes por la noche. Diario de una loser. Como sea, hoy ha sido uno de esos días cansados e improductivos. Me la he pasado haciendo arreglos para la asistencia al O´Reilly Etech en San Diego, en la oficina con el subdirector editorial explicándole por qué debo ir, cómo me van a financiar el costo de las conferencias y por qué el debe pagar por los gastos de hospedaje etc etc (mwahaha), en el departamento de diseño planeando la presentación de la siguiente edición, respondiendo correos electrónicos, convenciendo al director de publicidad online de poner banners del Etech, en fin. Como ven, mi vida se reduce al trabajo. Hoy ponen Memorias de una Geisha en el cine y me gustaría haber ido, pero por alguna razón que probablemente es completamente irracional, no me gusta ir sola al cine los viernes. Ni pregunten. Recién me han traído un libro a mi escritorio, es El Tambor de Hojalata, de Gunter Grass. He visto la película y la he disfrutado mucho, de modo que el libro probablemente lo disfrutaré también. De hecho no me pude resistir y comencé con Las Cuatro Faldas. Oskarrrr! Si este día fuera cortometraje, le pondría media estrella. Si fuera adjetivo, sería "desangelado". Al final lo único que me queda es lo que me ha sostenido todo este tiempo, una llama de amor que se mantiene con no sé que misterioso combustible, o con no sé qué misterioso temor a reconocer que el viento es fuerte y que amenaza con apagarla. La he cuidado tanto, por tanto tiempo. La he alimentado a la luz de la luna, al calor del sol. Hemos resistido tormentas, lluvia, frío, ausencia y desencantos. Y aquí estamos, la llama y yo, late at work en este viernes que parece lunes, tan solo porque no existe la más mínima posibilidad de que llames a mi puerta. De tomar tu mano entre las mías. De cobijar tu alma mientras beso tu frente y susurro suave, imperceptiblemente, apenas para mí, cuánto te amo.
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