Finalmente le llamé a mi padre, e increíblemente contestó el celular (porque igual que su hija, lo considera un artefacto opcional con sonido en off para llamar y no para que le llamen, además que siempre lo trae en vibrador). De modo que fue una vibración cósmica, una, que lo haya traído prendido, otra que se haya dado cuenta de la llamada y otra todavía más magnífica que se haya salido de una de esas reuniones políticas que le gustan tanto y que tanto detesta. Oh sí, contradictorio y enigmático. Pero escuché su voz y su voz me tranquiliza. I know. I know. I fucking know. Sé que sueno como una niña pequeña, pero quizá lo que pasa es que, virtualmente, para él seré siempre una niña pequeña como cuando me tomaba de la mano para guiarme entre los riscos que solíamos descender de noche al ir de cacería, alforjas y rifle en la espalda, con el claro de luna como única fuente de luz, y el obligado silencio para no espantar a los animales. "Que pasó, mi licenciada", me dice. Y se me llenan de lágrimas los ojos. Estoy extraordinariamente sensible, quizá porque hoy le entregan los resultados de exámenes clínicos al hermano mayor de mi padre, y tememos que sea algo grave. Quizá porque estoy pasando demasiado tiempo sola. Quizá porque comprendo que lo único que puedo hacer por ahora es callar y seguir adelante, alimentando una esperanza que es desesperanza al mismo tiempo. Quizá porque no comprendo nada.

No sé por qué no le había llamado. Ni siquiera fui yo. La bocina del teléfono se levantó sola.

Como no sea el maldito ciclo hormonal. Me lleva.