May 23, 2010
Kino Viejo
Bahía de Kino lo recibe a uno con brazos de palma seca y puestos de mariscos. Despliega, apenas pisar sus calles, su sonrisa tímida de brisa marina, aire salado y el aura de sol y mar. Es un lugar vivo, amplio y ancho como el mar. Las personas transitan por las calles haciendo sus diligencias, los niños corren con alborozo en el patio de recreo de la escuela, los pescadores beben cerveza y conversan con los puesteros. Las calles del pueblo, amplias y solitarias, invitan a recorrerlas y encontrar serenidad.
Se respira paz. Se percibe tranquilidad. El sol baña de luz las casas y los puestos. No es un lugar próspero. Las construcciones públicas se extienden tristes, como las redes de un pescador en la arena. Uno imaginaría que este no es lugar para Cruz Roja, escuelas, Bancos, Iglesia o Estación de Policía, pero están ahí, porque Bahía de Kino es un pueblo de verdad, con gente de verdad. Con niños que compran mangos con chile a una vendedora a través de la cerca escolar. Con señoras que venden vestidos de playa multicolores y flotadores de hule y sombreros y gorras y camisetas y souvenirs. Con ollas negruzcas y tiznadas de tanto estar al fuego cocinando caldo largo.
Tristes se ven las lanchas en desuso, abandonadas en los patios de algunas casas, tristes los restaurantes cerrados, tristes los ribereños que ven pasar la mañana desde sus solitarios puestos de artesanías de palofierro. Tristes y melancólicos, incluso, los garabatos de pelícanos y peces espadas y conchas y figuras marinas despintadas en las paredes. Tristes, pero auténticos.
Caminar por el Bulevar Eusebio Francisco Kino en dirección al mar es un delicioso sentimiento de anticipación. A los lados, puestos de mariscos y lo que pareciera ser la representación de unos faros pintados de cal blanco y con una cúpula naranja que albergan baños públicos -quizá, junto con el muelle, la única escenificación como tal-. Antes de subir al muelle, productos exóticos, ostiones y callos de hacha y miradas curiosas y amigables y sonrisas de oreja a oreja a las que les faltan dientes.
En el muelle, la brisa marina y el azul del mar, los pelícanos, la profundidad del horizonte recortado por la isla de Alcatraz y el súbito graznar de las gaviotas, jugando con los hilos de viento, juegan también con el visitante. Revolotean, invitantes, sobre sus cabezas, mientras el intenso aroma a sol y mar y arena y paz y serenidad le invaden. Bahia Kino es un lugar para perderse, para escapar con el vaivén del oleaje, que en su intenso ir y venir pareciera llevarse las preocupaciones a las profundidades del golfo, y dejar un halo de paz y tranquilidad, como un regalo para el visitante, posado sobre la arena de la bahía.
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